No conozco ningún joven que aspire a convertirse en conductor de autobús. Pero por poco atractiva que pueda parecer esa profesión, no cualquiera puede conducir autobuses. Necesitas demostrar una serie de conocimientos para que la sociedad te permita desempeñarte en ese trabajo y de lo contrario, te impide hacerlo. Tampoco cualquiera puede ser bombero, médico, arquitecto, juez, profesor o policía. Sin embargo, cualquiera puede ser presidente del gobierno. No se exigen conocimientos de ningún tipo, tan solo se requiere ser mayor de edad (en algunos casos se exige un mínimo de 35 años), nacional del país y no contar con antecedentes penales. ¿No les parece increíble que existan menos obstáculos para acceder a la presidencia de un gobierno que para conducir un vehículo? Si quieres sobrevivir en esta sociedad tan civilizada que hemos construido, es obligatorio acreditar tu conocimiento ¿cómo es posible que se nos haya olvidado ese requisito para la función con mayor responsabilidad en un país? ¿Será casualidad? No lo creo. Tenemos muy presente que, para ejercer la mayoría de profesiones, estás obligado a demostrar, ante algún organismo oficial, que cuentas con los conocimientos suficientes para desempeñarte de forma adecuada. La justificación es obvia: si vas a tomar decisiones que pueden afectar gravemente a la vida, la salud o el patrimonio de otras personas, se necesita una garantía de que estás preparado para ejercer esa labor. Las consecuencias de no realizar esta verificación, y que personas sin preparación pudiesen desempeñarse en cualquier trabajo, serían funestas. Por eso, si aspiras a conducir un autobús, pilotar un avión, realizar cirugías, calcular estructuras, impartir justicia, etc., la sociedad tiene que comprobar tus conocimientos. Hasta aquí todo parece lógico. ¿Y cómo verificamos esos conocimientos? Hay básicamente 2 instancias: la comprobación que hace quien te contrata y la que hace quien te entrega el título. Con motivo del curso sobre relevo generacional al que asistieron representantes de diversas regiones españolas, mantuve una reveladora reunión con los responsables del proceso de selección de funcionarios públicos de una comunidad autónoma. Fueron brutalmente honestos cuando afirmaron "Ni de broma seleccionamos a los mejores. Si pudiésemos hacer un experimento y contratar a un grupo de personas que superaron las pruebas de selección y a otro grupo de candidatos elegidos al azar, estamos seguros de no habría ninguna diferencia en su posterior desempeño laboral. Podríamos escogerlos por su peso o su altura y no cambiaría nada. Es urgente reinventar el proceso y las herramientas para la selección". Lo mismo ocurre en las empresas: realizan tests, entrevistas, y revisan antecedentes, pero no tienen cómo estar seguros de que las personas que van a contratar atesoran realmente los conocimientos que necesita la organización. ¿Y cómo evalúan las universidades que sus egresados cuentan con los conocimientos requeridos? Hace 4 años, abordamos el asunto de los malditos exámenes. Es obvio que necesitamos evaluar el aprendizaje, pero medir lo que una persona sabe hacer mediante exámenes orales o escritos es directamente una farsa. ¿Se imaginan que para obtener el carnet de conducir solo hiciese falta aprobar un examen teórico? No nos confundamos, a los profesores universitarios les interesa la investigación, no la docencia. El negocio de las universidades no es el aprendizaje, sino administrar el monopolio de la venta de títulos que dan acceso al mercado laboral, de otra manera no enseñarían como enseñan ni evaluarían tan ridículamente como evalúan. Pero el problema viene de mucho más atrás. Para adquirir cualquier conocimiento, necesitas aprender y para ello, los seres humanos nos inventamos un tortuoso sistema llamado educación. El intricado camino comienza con una primera etapa de 12 años de enseñanza obligatoria (ojo, la educación no es un derecho sino una obligación que el estado impone a sus ciudadanos que no pueden elegir permanecer ignorantes). ¿Y cómo evalúa el colegio? Realiza el mismo simulacro que la universidad. Todo el sistema educativo asume que para verificar si alguien sabe algo, basta con preguntarle y qué responda lo correcto. Perfectamente puedes aprobar un examen por pura casualidad (justo te preguntan lo único que estudiaste), suerte (acertaste las respuestas en el test de respuesta múltiple) o haciendo trampas e incluso sin entender lo que respondes, tan solo memorizándolo (este robot es capaz de aprobar las pruebas de acceso a la universidad sin tener conciencia alguna de lo que hace). El sistema educativo supone que sabes porque aprobaste un examen y se conforma con eso, no está dispuesto a hacer el esfuerzo de comprobarlo. Un equipo de futbol no te contrata suponiendo nada, necesita que lo demuestres. Lo mismo sucede si eres actor, debes realizar pruebas de casting para formar parte del elenco de una película. Por más que memorices todas las recetas del mundo, no lograrás que un restaurant te contrate como cocinero. La distancia de la teoría a la práctica es gigante. La misma paradoja que ocurre cuando un cura imparte consejos sobre el matrimonio o sobre como criar a los hijos. No es lo mismo ser hijo y tener padres que ser padre y tener hijos. Este intocable sistema educativo tiene falencias evidentes cuando la inmensa mayoría de adultos seríamos incapaces de aprobar ninguno de los exámenes que en su momento superamos en el colegio y la universidad. ¿Qué nos demuestra esta realidad? El poco valor que se ha venido dando al conocimiento. Valen más los títulos que la experiencia, tu curriculum que lo que de verdad sabes hacer, el envoltorio que el caramelo. Sin embargo, poco a poco las cosas van cambiando. En una sola semana del mes de junio, recibí 3 correos de organizaciones de distintos sectores de la economía, con la misma preocupación: la pérdida de conocimiento. Anticipan que sus mejores expertos están cerca de jubilarse y por tanto perderán un conocimiento valiosísimo y difícil de sustituir. Sin embargo, no tienen ninguna estrategia para evitarlo. También en el mundo educativo, empiezan a surgir iniciativas cuyo objetivo es asegurar que los alumnos aprenden a hacer cosas útiles para su futuro. Durante la revolución industrial, el capital era un recurso escaso. Hoy, en plena revolución del talento, sobra capital pero lo que falta es conocimiento. ¿Que conclusiones sacamos? La primera es que indudablemente, no tenemos a los mejores cerebros de nuestro país en los cargos públicos. ¿Podemos darnos el lujo de elegir autoridades que no saben inglés, que apenas conocen las tecnologías, que ignoran la complejidad del proceso educativo o que no han tenido experiencias en el mundo de la empresa y sin embargo manejan un volumen enorme de recursos y toman decisiones trascendentales para el futuro de un país y de sus ciudadanos? Cuando en 1981, EE. UU proclamó presidente a un actor, el resto del mundo lo consideró una broma estrafalaria. En 2017 ha vuelto a las andadas, pero la broma no tiene mucha gracia. ¿Como nos asegurarnos de atraer a los mejores talentos a los puestos de mayor responsabilidad de un país? - Para acceder a cargos públicos, debe ser obligatorio dominar un cuerpo profundo y sólido de conocimientos, acordes a la magnitud del cargo. Para eso, tendremos que ponernos de acuerdo respecto de qué rasgos deben caracterizar a un político, qué deben saber y cómo asegurarnos que lo aprenden (y se actualizan permanentemente).
- La remuneración de un cargo público tiene que estar a la altura de la responsabilidad que conlleva. No parece coherente que miles de directivos y profesionales perciban retribuciones varias veces superiores a las del principal ejecutivo del país. El objetivo de acceder a la presidencia no es hacerse millonario, pero si queremos convocar a los mejores al ejercicio de un cargo tan demandante, es imperativo recompensarlos generosamente.
En su último libro titulado "Creando una sociedad del aprendizaje", el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz sostiene que "lo que verdaderamente separa a los países desarrollados de los menos desarrollados no es la brecha de recursos sino la brecha de conocimiento… Para entender cómo se desarrollan los países, es esencial saber cómo aprenden y se vuelven más productivos y qué puede hacer el gobierno para promover el aprendizaje". Mientras no consideremos el conocimiento (en un sentido amplio) como el eje alrededor del que construir nuestro futuro, seguiremos dando tumbos. Dado que los países necesitan liderazgos inteligentes, por nuestro propio bien necesitamos políticos profesionales. Pero cuando analizamos el nivel de los dirigentes políticos y cargos electos que padecemos (y este no es un fenómeno exclusivo de un país, región o continente, sino que es una epidemia mundial) comprobamos que realmente cualquiera llega a presidente del gobierno. Y sino que se lo pregunten a los millones de venezolanos que preferirían que Nicolas Maduro volviese a su antigua profesión de conductor de autobús. Con la creciente eclosión de la inteligencia artificial y la automatización (de la que venimos hablando desde hace 3 años), podemos predecir que los autobuses autónomos están a la vuelta de la esquina. Debiésemos considerar seriamente sustituir a los políticos por robots. Seguro que nos ahorraríamos innumerables sinsabores y decepciones. El 10 de agosto participaremos en el Foro anual de la industria 2017 "Pongámonos de acuerdo: Chile necesita crecer" organizado por Asimet, con la conferencia "Avanzar hacia un país más inteligente" El 29 de agosto participaremos en el Foro "Más allá de la transformación digital" organizado por Level3, con la conferencia "El desafío de evolucionar en plena revolución digital". |
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