Jaime Castro *
jcastro@cablenet.com.co
El proceso descentralizador iniciado a mediados de los años ochenta y
completado por la Asamblea Constituyente de 1.991, empoderó municipios y
departamentos. Les otorgó nuevas competencias y recursos. Les asignó funciones
en materias importantes: educación, salud, saneamiento ambiental (acueductos y
alcantarillados), servicios públicos domiciliarios, atención a los sectores
sociales vulnerables y menos favorecidos, cultura, recreación, deporte,
infraestructura física. Mejoró sus ingresos, tanto los que recaudan a título de
impuestos, como los que les gira el gobierno central (participaciones en los ingresos
corrientes de la Nación). Lo anterior creó, sin duda, un nuevo municipio y un
nuevo departamento, porque los fortaleció administrativa y fiscalmente.
Inicialmente los actores de la vida
pública local y regional, los tradicionales y los nuevos, se acercaron a ese
nuevo escenario con respeto y lo manejaron con resultados que, en términos
generales, pueden considerarse aceptables, porque cambiaron el mapa político
del país. Nuevas fuerzas políticas, cívicas, comunitarias, independientes y
rebeldes en el interior de los viejos partidos hicieron acto de presencia y
contaron en varias ocasiones con el respaldo mayoritario de la opinión. La
gestión que cumplieron también registró logros significativos. Empezó a vérsele
la cara al Estado en provincia. Se amplió la cobertura de los servicios
públicos y mejoró su calidad. Se construyeron obras esperadas de tiempo atrás.
Algunas políticas sociales se pusieron en marcha.
La descentralización no produjo todos
los resultados que de ella se esperaban, ni satisfizo todas las
expectativas que había creado, pero tuvo realizaciones que permitieron decir
que ese era el camino, que era necesario continuar recorriéndolo, que al
proceso había que darle nuevos desarrollos e introducirle los ajustes que
requiera. Pero al poco tiempo la descentralización empezó a deteriorarse, a
desnaturalizarse, a pervertirse. Por eso, para vastos sectores ciudadanos, se
convirtió en sinónimo de malos manejos, politiquería, burocratización,
clientelismo y corrupción. Así ocurrió, porque buen número de municipios y
algunos departamentos cayeron en manos de roscas y camarillas, verdaderas
mafias políticas, que abusan del poder para propósitos non sanctos.
En primer lugar, para recuperar las
inversiones que hicieron en la campaña que los llevó al poder y que son cada
día más costosas. También, para pagar favores electorales recibidos en esas
mismas campañas. Los pagan a través de nombramientos, contratos, partidas en el
presupuesto, otorgamiento de licencias y permisos, decisiones sobre uso del suelo
en el POT. Lo utilizan, igualmente, para elegir congresistas amigos, que a
veces son familiares cercanos del alcalde o gobernador. Y para imponer el
sucesor en el cargo. Obviamente, también lo utilizan para enriquecerse. Como si
lo anterior fuera poco, son conocidos los casos de las alianzas que esas
“mafias” celebran con los actores ilegales del conflicto.
Hicimos descentralización
administrativa (competencias) y fiscal (recursos), no toda la que requiere el
país, pero, en términos generales, aceptable, si se le compara, por ejemplo,
con lo que ocurre en otros países de América Latina. Descentralizamos
administrativa y fiscalmente el poder que tenía el gobierno central, pero no
cambiamos las reglas de juego político-electoral para acceder al poder a nivel
local y regional, para ejercerlo y para controlar y sancionar el ejercicio que
de él se hiciera.
Por ello, la causa principal de la
crisis, grave y profunda, que vive la descentralización es política y radica en
la ausencia de reglas de juego que le pongan pueblo a la descentralización,
porque en este momento no lo tiene, pues cayó en manos de unos pocos.
Se necesita, entonces hacer la
reforma política territorial que debe ser el capítulo más importante, el disco
duro, de la reforma política nacional que tantas veces se ha ofrecido. Con
otras palabras, debe decirse que sin reforma política-territorial no habrá
reforma política nacional, porque municipios y departamentos son el hábitat
natural de la clase política nacional, que hunde sus raíces en lo que
púdicamente llamamos la provincia, y cuyo poder depende del número de ediles,
concejales, alcaldes, diputados y gobernadores que controle y manipule.
Son varios los temas que debe
tratar la reforma que ventile la descentralización, que asegure la presencia de
nuevas fuerzas sociales y políticas en sus escenarios, que la democratice, que
garantice el ejercicio transparente de las funciones que corresponden a
municipios y departamentos.
1. Es necesario acabar con la endogamia
política. La misma familia no puede repartiese las curules de las corporaciones
públicas y las alcaldías y gobernaciones.
2. Debe prohibirse que quienes ocupan una curul
o desempeñan un cargo de elección popular sean candidatos a otra curul o empleo
dentro del periodo para el cual fueron elegidos o un año después de su retiro
si faltare tiempo menor para el vencimiento de dicho periodo.
3. Deben exigirse calidades para ser alcalde o
gobernador. No necesariamente títulos profesionales de carácter universitario,
porque puede servir para los mismos efectos el trabajo cumplido en
organizaciones sociales (sindicatos, cooperativas, ongs, juntas de acción
comunal).
4. Establecer formas de discriminación positiva
a favor de las mujeres y los menores de 25 años que deben ocupar un porcentaje mínimo
de las candidaturas que avalen los partidos.
5. Prever que los ex gobernadores y ex alcaldes
de elección popular que lo deseen puedan ser diputados o concejales ad-honoren
del respectivo departamento o municipio, cuando haya transcurrido no menos de
un periodo después de que hicieron dejación del cargo.
6. Debería prohibirse la reelección indefinida
de ediles, concejales y diputados, o permitirse únicamente la mediata o
diferida. Para respetar el principio de igualdad, otro tanto debería hacerse en
el caso de los congresistas.
7. Así como hay un umbral para la validez del
ejercicio de varias formas de participación democrática, lo debe haber
igualmente para la elección de alcaldes y gobernadores. Si no se logra umbral,
se debe repetir la votación con otros candidatos. Y si en ésta tampoco lo hay,
que el Presidente de la República o el gobernador, según sea el caso, nombren
para el resto del periodo.
8. Deben ordenarse las dos vueltas, si nadie
obtiene en la primera más del 50% de los votos, en la elección de los alcaldes
de las ciudades de más de un millón de habitantes y de los gobernadores de los
más importantes departamentos.
9. Debe asegurarse la eficacia política y
jurídica del voto en blanco.
10. Se deben acabar las elecciones atípicas siempre que haga falta absoluta de un alcalde
* Abogado Constitucionalista, Exministro de Justicia, Exembajador de Colombia en Italia, Exministro de Gobierno,Exsenador de la República, Excalde de Bogotá D.C, Investigador Científico, Escritor.
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