"Puedes descubrir más de una persona en una hora de juego que en 1 año de conversación" Platón. Antes de abordar la columna de este mes, quiero proponerles una pequeña encuesta de 2 preguntas sobre el mundo de la educación, en concreto de la "añorada" época universitaria… 1. ¿Cuantos exámenes de los que hiciste durante la carrera, serías capaz de aprobar hoy si tuvieses que hacerlos de nuevo sin estudiar? 2. ¿Qué porcentaje de lo que estudiaste en la universidad, te ha sido útil en el trabajo y qué porcentaje no? Pueden responder directamente en este link Imagina que te encuentras asistiendo a una reunión, conferencia o curso cualquiera. ¿Cuánto tiempo transcurre hasta que te desconectas de lo que el expositor está explicando y empiezas a pensar en otra cosa? Si lo analizas con detenimiento, te darás cuenta de que, a menos que el ponente sea realmente extraordinario o el tema te apasione de verdad, en escasos minutos te desenchufas, tu mente comienza a divagar y sus auténticos objetivos toman el control: "Tengo que responder el mail a X, debo preparar la reunión de la tarde, mañana es el cumpleaños de mi hijo y todavía no he comprado el regalo, no he reservado cancha para el partido de tenis del domingo …" La vida no sólo es vertiginosa sino que sufre interferencias continuas, sobre todo por parte de 2 enemigos implacables que amenazan seriamente cualquier reunión, bien sea en un entorno laboral o no: 1. La mayoría consultamos continua y frenéticamente nuestras blackberrys para contestar mails, consultar la web o revisar Facebook o Twitter. Habrá que pensar en instalar detectores de Iphones en la entrada de toda actividad porque se están convirtiendo en la mayor dificultad que enfrenta quien dirige una sesión ya que dinamitan la concentración de los asistentes. 2. Resulta imposible que durante cualquier discusión, alguien pueda dedicar 2 minutos a exponer sus argumentos sin ser permanentemente interrumpido por otros participantes más preocupados de emitir su opinión que de escuchar y tener en cuenta al que habla. Por ejemplo, existe un programa de debate en la Televisión española llamado 59 Segundos donde los integrantes del panel de reconocidos periodistas, disponen de 59 segundos para exponer su punto de vista antes de que el micrófono deje de funcionar. El programa tiene un alto ritmo (a costa de los panelistas que tienen serios problemas para intervenir sin interferencias de los demás) pero la profundidad del debate se resiente. Tenemos abundante comida chatarra pero también mucha reflexión chatarra. En definitiva, resulta heroico poder concentrarse con calma en una sola tarea y gozar de tiempo y tranquilidad para reflexionar. Afortunadamente, una de las pocas instancias en que esto todavía resulta factible es cuando jugamos. Quiero destacar 3 elementos del juego que me interesan especialmente: 1. El juego es la primera herramienta de aprendizaje que todos experimentamos. La vida no es sueño, como decía Calderón de la Barca, la vida es juego. Desde que nacemos hasta que entramos al colegio, el juego se convierte en nuestra principal y casi única estrategia de aprendizaje, a través de la que vamos adquiriendo habilidades y competencias de alta complejidad y que serán esenciales a lo largo de toda nuestra vida empezando por andar o hablar. No conozco a nadie que se haya olvidado de hablar o andar (ni computadores capaces de caminar por la montaña o mantener una conversación) mientras que conozco mucha gente incapaz de recordar, no ya lo que estudió en la universidad sino las principales noticias de la semana anterior. La infancia es un periodo donde la información que recibe el niño es rápidamente transformada en conocimiento, en acción. El niño no sabe ni es capaz de explicar, el niño hace, actúa, es puro movimiento. Esa transformación de la información que percibe a través de los sentidos (sin intervención de profesores, libros de texto ni asignaturas) en conocimiento ocurre siempre mediante la práctica, con una intensa participación del cuerpo y a través de actividades que o bien son directamente juegos o al menos resultan desafiantes y al mismo tiempo entretenidas, para su protagonista. Lo que regalamos a los niños en su cumpleaños o en navidades son juguetes, cualquier otra cosa les causa una profunda decepción. Lo que los hijos piden a sus padres cada minuto del día es que juegues con ellos. El niño no es consciente de que aprende ni le preocupa mucho en realidad. El niño tiene objetivos que le interesan (explorar el mundo que observa o comunicarse con los seres que le rodean) y aprender a caminar o hablar son medios para lograrlo. El shock nos sobreviene cuando perdemos la libertad y llegamos por primera vez al colegio donde nos vemos abocados a integrarnos en un mundo artificial y limitado en el que la experiencia y el conocimiento (hacer) pierden relevancia y la información toma el mando de forma dictatorial. Esa transición resulta violenta ya que pasamos abruptamente, de estar en continua actividad, utilizando nuestro cuerpo, interactuando con nuestros pares, explorando intereses propios, experimentando y sufriendo las consecuencias de los errores y con el juego como eje alrededor del que gira la vida, a permanecer interminables horas inmóviles en una silla, con la prohibición de hablar con los compañeros, renegando del cuerpo, mirando alternativamente a un profesor y a una pizarra (hoy en día digital), luchando por mantener un mínimo interés, obsesionados por repetir en los exámenes lo que escuchamos en clase (y estudiamos en un libro o en un computador) y olvidándonos por completo de jugar mientras dura la clase. Todos reconocíamos que resultaba imposible aguantarse las ganas de que llegase el recreo para salir a jugar con nuestros amigos. La decisión de jugar nunca supuso un sacrificio independientemente del esfuerzo que requiriese el juego en sí. No hacía falta que nadie te obligase a jugar. Sin embargo, entrar en clase a escuchar al profesor era un tormento supremo. Mientras la vida ha cambiado radicalmente en los últimos 100 años, el colegio apenas lo ha hecho. La contradicción se hace evidente cuando escuchamos que se necesitan innovares y emprendedores (las palabras de moda en nuestro tiempo) o lo que es lo mismo, personas capaces de hacerse muchas y buenas preguntas, mientras que la educación insiste en avanzar en dirección opuesta y fomenta la pasividad, la obediencia y desde luego, premiando las respuestas (inútiles en su mayoría). Tagore afirmaba que < em>"Hacer preguntas es prueba de que se piensa". No hay duda de que tu capacidad de innovar depende de tu capacidad de aprender. Ya como adultos, el juego sigue formando parte importantísima de muchas de las cosas que nos apasionan, empezando por el deporte, e incluso puede desembocar en una peligrosa adicción (ludopatía). Hay juegos, como el póker, que recientemente han pasado a convertirse en fenómenos sociales y ciudades construidas exclusivamente alrededor del juego como Las Vegas. 2. Las habilidades más importantes para funcionar en la vida se aprenden jugando. En la columna ¿Hay algo más importante que la educación? compartí los resultados de una encuesta en que pregunté a varios cientos de personas, qué era lo que consideraban más importante para vivir y trabajar en la sociedad actual. 10 de las 15 respuestas que mayor votación obtuvieron pertenecen a lo que habitualmente se denominan "habilidades blandas": Inteligencia emocional, adaptación al cambio, trabajo en equipo, creación de redes, aprendizaje continuo, motivación, curiosidad/riesgo, comunicación, respeto, formar familia/desarrollo de los afectos, constancia/perseverancia y creatividad. Cualquiera que haya practicado algún deporte de manera rigurosa sabe que no es factible ser medianamente competente si no se aprenden todas esas habilidades que además resultan imprescindibles en el ámbito laboral y personal pero que la educación formal deja sistemáticamente de lado, entre otras razones, porque no sabe cómo enseñarlas. De hecho, fue en los recreos del colegio, cuando se armaban los partidos, donde desarrollamos las primeras nociones de negociación, de creatividad, de comunicación, etc. Tomaré como ejemplo un deporte al que dediqué innumerables horas en mi juventud: el basket, al que le debo bastantes de mis mejores amigos y muchos de los momentos más memorables. Hace escasas semanas comentaba con Jose Angel Samaniego, ex compañero de equipo, apasionado del aprendizaje y hoy exitoso 2º entrenador en el Fuenlabrada de la ACB (ayer mismo vencieron al Real Madrid), que jugando a baloncesto es imposible no aprender a trabajar en equipo, a comunicarse, a tomar decisiones, a liderar, a resolver problemas, a improvisar, a superar la frustración (de una derrota o de una lesión) o a respetar las reglas. ¿En qué colegio o universidad se pueden aprender esas habilidades tan preciadas? ¿Qué profesor las podría enseñar? Cuando nosotros jugamos, nunca tuvimos ninguna asignatura o clase con ese nombre, ningún profesor ni libro y el examen no era otro que el resultado de los partidos. Lo que ocurre es que todas estas habilidades no se pueden enseñar de forma directa sino que se pueden aprender, que es muy diferente. Si una empresa quiere que sus miembros rindan al máximo, necesita entrenarlos continuamente igual que hace un club de basket con sus jugadores. Podría pensarse, ¿para qué entrenan cada día si ya saben jugar? Obviamente para mejorar. Lo cierto es que cuando juegas a basket, no te interesa aprender a trabajar en equipo o a manejar situaciones de presión sino que te mueve el deseo de obtener una victoria o el placer que te produce el juego. Sin embargo, para un responsable de entrenamiento se trata de un excelente medio a emplear si el objetivo es que aprendan competencias intangibles y críticas. Para una empresa, lo que menos importa es de sarrollar las habilidades propias del juego (quién encesta más, quién obtiene más rebotes o mejor porcentaje de tiros) sino las indirectas e invisibles para los participantes pero que son las que nos interesan. Hay bastantes ex deportistas profesionales muy apreciados en el ámbito del management, no por sus logros deportivos sino por esas habilidades directivas complementarias que desarrollaron y que resultan envidiables. No tengo dudas de que nosotros éramos más felices entrenando (y esforzándonos) que estudiando o viendo la tele y jamás fuimos conscientes de lo que estábamos aprendiendo. 3. El juego permite establecer una relación de naturalidad respecto de uno de los grandes tabús de nuestra sociedad: el error. El sistema educativo actual deja 2 lecciones grabadas a sangre y fuego en los alumnos: La primera es que existen niños inteligentes (quienes sacan buenas notas) y tontos (quienes sacan malas notas o no estudian). La segunda es que si cometes errores, no tendrás éxito en la vida. Las conclusiones son obvias: debes convertirte en alumno brillante, disciplinado y obediente al precio que sea; las malas notas son un estigma a evitar a toda costa, lo que promueve el pánico a equivocarse y su consabida reacción: niegas el error, te pones a la defensiva, culpas a otros o inventas excusas y explicaciones inverosímiles. Jugar implica en cierta forma aprender a perder. El juego reúne varias de las características más importantes para aprender: Lo primero y principal es que apela a la motivación de las personas y jamás debemos olvidar que sin querer aprender no hay gran cosa que se pueda hacer. Los gringos hablan de "hard fun" (diversión dolorosa) porque exige esfuerzo pero es placentera. Para aprender tienes que encontrar cosas que no funcionan como te gustaría y que para resolverlas te exijan aprender lo que no sabes. Eso ocurre sólo cuando encuentras inadecuadas tus viejas ideas, tus creencias y tus conocimientos, es decir, cuando fracasas. Lo segundo es que aprendes haciendo, nadie puede jugar por ti sino que es una experiencia personal e intransferible. A mucha gente le gusta jugar al fútbol pero no disfruta de la misma forma viendo un partido por televisión. No hay nada que se pueda comparar a la sensación de experimentar las cosas en primera persona. La motivación del juego propicia la práctica repetida hacia la maestría. Jose Luis Chilavert, uno de los porteros que más goles anotó mientras estuvo en activo, se compró una barrera de madera y ensayaba 150 tiros cada día. Lo tercero es que el error es parte consustancial del juego. Por supuesto, tratas de evitarlo y entrenas para ello, pero no le temes ya que convivir y aprender de él resulta crítico. El fracaso es la raíz del triunfo. Jugar exige aceptar el riesgo y asumir que te vas a equivocar con mayor frecuencia de la que acertarás. De otra manera, ningún jugador de fútbol, basket o tenis se atrevería a tomar ni una sola decisión. En columnas anteriores, ya destacamos que el error es el elemento más importante del aprendizaje siempre que seamos capaces de aprender de él para que no vuelva a suceder. Durante el juego, no sólo el error es permanente sino que la improvisación es continua, lo que va a ocurrir es impredecible y resulta difícil anticipar como vamos a reaccionar por tanto es necesario estar leyendo las señales del entorno para tomar las decisiones adecuadas. Escuchar es aburrido, hacer es mucho más atractivo, por eso cuando juegas generalmente disfrutas pero hay además un efecto secundario: El orgullo de aprender. Te pruebas a ti mismo que eres capaz (vences la duda de ¿podré?) y logras pasar de la teoría a la práctica, a comprobarlo y demostrarte a ti mismo tu capacidad lo que ayuda a desarrollar adultos sin miedo a probar, emprender y generar su propio espacio. Hasta que no haces, no puedes decir que sabes. En términos de aprendizaje, no importa mucho lo que pasa en el aula o en el curso, sino lo que aplicas después y los resultados que obtienes. No aprendes algo hasta que lo haces y lo usas y eso sólo ocurre en la vida real, sobre todo si eres capaz de recordarlo años después. Existe un aspecto que no se tiene en cuenta y que refleja muy bien la potencia del juego: Cuando estás jugando es cuando tu inconsciente, tu parte menos racional, aflora con fuerza y toma las riendas de tus acciones y es cuando te muestras como realmente eres. No importa si antes o después de jugar te disfrazas de traje y corbata y te comportas intachablemente según lo que requiere cada situación. Si cuando juegas, tratas de hacer trampas, ganar como sea y engañar al árbitro o si por el contrario, respetas las reglas y no te aprovechas de las situaciones ilícitas, entonces ése eres tú en realidad. Jugando despliegas todas tus habilidades en pos de alcanzar objetivos que te interesan de verdad y aprender se convierte en una herramienta muy útil para lograrlo. El juego tiene rasgos muy peculiares: Es genuinamente innovador, es lúdico, promueve la creatividad, la comunicación espontánea y la explicitación de conocimiento tácito. Es una dinámica generalmente positiva, colaborativa y genera compromiso ya que todos participan. Entrega amplios espacios de libertad y es democrático (nadie tiene privilegios sobre los demás). Existe unanimidad en que aprender mejor y más rápido que los demás se convierte en la principal ventaja competitiva. No hay duda de que el juego es una metodología inigualable para lograr el aprendizaje, ¿A qué estamos esperando para innovar e incorporar el juego como una de las metodologías fundamentales? ¿No será que debiésemos tomarnos el trabajo como un juego, con sus reglas y con sus resultados? Ahora bien, para no llevarnos a engaño, 2 alertas finales: 1. Que algo sea entretenido no quiere decir que exista aprendizaje pero al mismo tiempo, si no es divertido, resulta más difícil aprender. Los videojuegos, en la mayoría de casos, están diseñados para entretener pero no para aprender. 2. Si el juego no se parece a lo que harás posteriormente en la vida real, es posible que te diviertas mucho pero no habrá transferencia y por tanto no servirá de gran cosa. Cómo se demostró el miércoles en la semifinal de Champions League entre el Real Madrid y el Barcelona, hace tiempo que el futbol dejó de ser un juego. Ojalá aprendamos algo de esta experiencia y que gane el mejor. Durante el mes de mayo impartiremos el curso Fundamentos y Herramientas de la Gestión del Conocimiento en la Pontificia Universidad Católica de Chile. "El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega ha perdido al niño que habita en él y que le hará mucha falta" Pablo Neruda. |
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